El miedo es, sin duda, la primera fuerza debilitadora de la que surgen todas las ideas limitantes que crea nuestra mente al intentar adaptarse, comprender y sobrevivir en un mundo demasiado complejo para ella. La falta de valor propio es la primera desviación, el primer error que comete el ser humano. Y lo lleva a cabo creando, de una forma extraña, un desdoblamiento entre nuestro verdadero ser y la imagen que la mente tiene de él.

Al ser la esencia de nuestro ser infinita, ilimitada, y no corpórea, la mente no es capaz de entenderla ni de manejarla, y por ello, existe una distancia inalcanzable entre ambas.

La mente sin embargo es finita, temporal y está limitada y condicionada por un espacio, una cultura, unas experiencias muy concretas, una capacidad intelectual, una historia familiar, y unas circunstancias específicas que crean una imagen aparente (y limitada) del ser infinito que la contiene y desde la que nace.

Por tanto, el valor del ser es infinito y la valía (fruto del juicio mental) es finita. Es importante comprender los mecanismos de la naturaleza y las diferencias en la naturaleza del ser y del personaje creado por la mente para no caer en la trampa de la valía.

La mente es condicional y si no la entrenamos y conocemos cómo funciona, te hace pensar y te convence que para ser querido debes valer, y para ello debes hacer un esfuerzo: hacer caso a tus padres, realizar ciertos estudios, tener un trabajo en particular, comportarte de una forma en concreto, poseer determinados vestidos o atuendos, tener hábitos sociales muy definidos, hacer ciertas actividades recreativas o ganar grandes cantidades de dinero.

Sin embargo, el AMOR con mayúscula es incondicional y no requiere que seas nada, ni hagas nada para valer. Y es que, en esencia, tu vida es valiosa y todos somos merecedores de amor solo por nacer. También desde ese lugar podemos comprender que tienen valor los que no nacieron, los que iban a nacer y no vinieron, los que se fueron, los maltratados, los maltratadores, los ladrones y los asesinos, los que no tienen dinero y los que tienen demasiado, los que visten ropas caras y los desaliñados, todos poseemos un valor intrínseco pues todos somos vida y todos representamos un aspecto infinito del amor global.

Por ello, cada vez que sintamos miedo, rencor o desaliento, busca en ti el poder de observar, el poder de crear, el poder de ser y de conectarte con las infinitas posibilidades de la vida.

Yo soy luego yo valgo.

Irina de la Flor
Directora de «Lo mejor de mí»
Fundación Vivo Sano

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